Ha sido una Semana Santa un tanto extraña. Rara. Y para mí, ha sido una Semana Santa de lluvias y medios días.
Siempre he sido un irresponsable, o dicho de otra manera, siendo menos crítico conmigo mismo, nunca he tenido un trabajo que valiera la pena lo suficiente como para poder cambiarlo por la Semana Santa.
Éste año era distinto. Tenía un trabajo en el que me sentía bien, integrado, útil, y me encantaba. Y parece que la madurez ha hecho un hueco en mi pecho y se ha instalado. Con muchísimas amarguras. Con muchísima pena.
El Viernes de Dolores trabajé. Salí pronto de trabajar y pude ver, lo que cualquier Viernes de Dolores, a excepción del Señor Descendido de la Cruz, que estaba en el único día del año que no dormía entre las manos de la Piedad. La Misión en su barrio, entre calles estrechas. Pasión y Muerte en Rodrigo de Triana. Mi queridísima hermandad del Santo Cristo de la Corona, y como siempre, acabando en la entrada de Pino Montano.
El Sábado de Pasión, amaneció con incertidumbre (pero... ¿no decía que el tiempo era bueno hoy?). Sin pasar por San José Obrero (éso, me iba a ahondar la pena y la amargura de tener que trabajar) me dirigí al trabajo y me puse pronto en faenas. Hasta que llegó el momento de salir corriendo. Cogí un taxi en la Torre del Oro y casi con la hora, llegué a casa de mis padres a vestirme con la túnica. Siempre me visto en el mismo sitio. Necesito la compañía y la experiencia de mis padres. Y necesito que sean suyos los besos que me guarde por último bajo el antifaz. Mucho nerviosismo.
Llegué a la Iglesia, con el Diputado Mayor de Gobierno esperándome en la puerta. Cogí mi farol, y me abrí a los sueños de ondear mi capa por el barrio. A acompañar al Señor de la Caridad y a la Madre de los Dolores.
Desde aquí, mi agradecimiento personal a Rocío Rufo y a Juanma Bortelano, sin los cuales no hubiera podido cumplir el sueño que me suponía, salir de nazareno en San José Obrero.
El Domingo, me levanté cansado. Y triste. Muy triste.
Era el primer Domingo de Ramos de mi vida, en el que tenía que trabajar por la mañana. Y no tenía la certeza de si iba a poder descansar por la tarde. Me fui a trabajar. Y lo que más me martilleaba era ver todas ésas solapas llenas de escudos. Tantas medallas. Tantos monaguillos. Y yo allí.
Terminé tarde, pero me concedieron la tarde libre. Salí corriendo otra vez, en busca del traje. Y me fui a ver lo esencial del Domingo de Ramos. La Cena fue la primera (en honor a mi hermano, que éste año no ha podido estar conmigo, ayudándome en los itinerarios) en la estrechez de la calle Sales y Ferré. Después fuimos a la Cuesta del Rosario a ver a San Roque (que la echaba muchísimo de menos). Fui al encuentro de la Amargura en la revirá de Alemanes con la Cuesta del Bacalao. Sublime. Y para terminar, donde todos los Domingos Buenos de Ramos, en San Julián. Con el Señor de la Buena Muerte (el Campeón) y con la Madre Hiniesta (la belleza más absoluta).
El Lunes, fue para mí. Para mi Madre en la tierra (que fue su cumpleaños). Y para mi Madre en el cielo, que se llama Salud.
El Martes, volví al trabajo. Y con la tarde libre me dispuse a ver lo esencial. Los Javieres (es justo y necesario) en la esquina de Cuesta del Rosario con Jesús de las Tres Caídas, mismo lugar donde ví San Benito. El Cristo de la Salud de la Candelaria en su salida de los Jardines (recomendable). Santa Cruz en su nuevo recorrido de ida, por el Salvador. Y como siempre, el Dulce Nombre a su regreso a San Lorenzo.
Dejo cuentas pendientes con los Estudiantes.
El Miércoles (primer día de descanso pleno). Acudí a ver la Sed por Santiago-Muro de los Navarros. San Bernardo por San José-Santa María la Blanca. Buen Fin (la primera predilecta) en San Lorenzo, y de nuevo a la vuelta en la calle Aponte. El Carmen en San Pedro. Las Siete Palabras (la otra predilecta) tras su primera revirá a la Calle San Vicente, y en búsqueda de Goles. La Lanzada a su regreso por San Andrés (muy recomendable). Madre de Dios de la Palma por Cristo de Burgos, ya que el Señor, entró con media hora de adelanto sobre el horario oficial, lo que me suponen cuentas pendientes. Los Panaderos por Cuna.
El Jueves fue un día tan penoso y amargo cómo el Domingo. Tras trabajar y sin saber si podría ver algo a la tarde, pude ver El Valle y Pasión por Javier Lasso de la Vega y La Exaltación por San Pedro.
En la Madrugá, clave fue la asistencia a la Calle Feria, donde se hace esencial ver a la Esperanza. Bajo el "balcón de las Titas" y bajo la sonrisa de Gracita.
El Viernes acompañé a mis Hermanos de la Sagrada Mortaja. Y al Señor Descendido en los brazos de su Madre.
El Sábado trabajé a turno partido. Y el descanso entre turnos los aproveché para disfrutar, y llorar con Los Servitas. A su paso por Cuesta del Rosario, Odreros y Plaza del Cristo de Burgos.
El Domingo, planeé ver al Señor Resucitado a la vuelta, pero la lluvia hizo que sólo hubiera ida.
La Semana Santa ha terminado. Contra mi voluntad.
Mi trabajo también ha terminado. Contra mi voluntad.
De ahí, que sólo diga que ésta semana, ha sido una Semana Santa a medias, como de lluvias. De tristeza, y de Amargura. De frustración y de cansancio.
No pienso en lo que pudo haber sido, sino en cómo será la que viene. Dios me guarde mejores designios para la que está por llegar. Solamente quedan 8 cuaresmas.
Fotografías: José Joaquín Galán Estévez ( @JoaquinGalanEs )
Siempre he sido un irresponsable, o dicho de otra manera, siendo menos crítico conmigo mismo, nunca he tenido un trabajo que valiera la pena lo suficiente como para poder cambiarlo por la Semana Santa.
Éste año era distinto. Tenía un trabajo en el que me sentía bien, integrado, útil, y me encantaba. Y parece que la madurez ha hecho un hueco en mi pecho y se ha instalado. Con muchísimas amarguras. Con muchísima pena.
El Viernes de Dolores trabajé. Salí pronto de trabajar y pude ver, lo que cualquier Viernes de Dolores, a excepción del Señor Descendido de la Cruz, que estaba en el único día del año que no dormía entre las manos de la Piedad. La Misión en su barrio, entre calles estrechas. Pasión y Muerte en Rodrigo de Triana. Mi queridísima hermandad del Santo Cristo de la Corona, y como siempre, acabando en la entrada de Pino Montano.
El Sábado de Pasión, amaneció con incertidumbre (pero... ¿no decía que el tiempo era bueno hoy?). Sin pasar por San José Obrero (éso, me iba a ahondar la pena y la amargura de tener que trabajar) me dirigí al trabajo y me puse pronto en faenas. Hasta que llegó el momento de salir corriendo. Cogí un taxi en la Torre del Oro y casi con la hora, llegué a casa de mis padres a vestirme con la túnica. Siempre me visto en el mismo sitio. Necesito la compañía y la experiencia de mis padres. Y necesito que sean suyos los besos que me guarde por último bajo el antifaz. Mucho nerviosismo.
Llegué a la Iglesia, con el Diputado Mayor de Gobierno esperándome en la puerta. Cogí mi farol, y me abrí a los sueños de ondear mi capa por el barrio. A acompañar al Señor de la Caridad y a la Madre de los Dolores.
Desde aquí, mi agradecimiento personal a Rocío Rufo y a Juanma Bortelano, sin los cuales no hubiera podido cumplir el sueño que me suponía, salir de nazareno en San José Obrero.
El Domingo, me levanté cansado. Y triste. Muy triste.
Era el primer Domingo de Ramos de mi vida, en el que tenía que trabajar por la mañana. Y no tenía la certeza de si iba a poder descansar por la tarde. Me fui a trabajar. Y lo que más me martilleaba era ver todas ésas solapas llenas de escudos. Tantas medallas. Tantos monaguillos. Y yo allí.
Terminé tarde, pero me concedieron la tarde libre. Salí corriendo otra vez, en busca del traje. Y me fui a ver lo esencial del Domingo de Ramos. La Cena fue la primera (en honor a mi hermano, que éste año no ha podido estar conmigo, ayudándome en los itinerarios) en la estrechez de la calle Sales y Ferré. Después fuimos a la Cuesta del Rosario a ver a San Roque (que la echaba muchísimo de menos). Fui al encuentro de la Amargura en la revirá de Alemanes con la Cuesta del Bacalao. Sublime. Y para terminar, donde todos los Domingos Buenos de Ramos, en San Julián. Con el Señor de la Buena Muerte (el Campeón) y con la Madre Hiniesta (la belleza más absoluta).
El Lunes, fue para mí. Para mi Madre en la tierra (que fue su cumpleaños). Y para mi Madre en el cielo, que se llama Salud.
El Martes, volví al trabajo. Y con la tarde libre me dispuse a ver lo esencial. Los Javieres (es justo y necesario) en la esquina de Cuesta del Rosario con Jesús de las Tres Caídas, mismo lugar donde ví San Benito. El Cristo de la Salud de la Candelaria en su salida de los Jardines (recomendable). Santa Cruz en su nuevo recorrido de ida, por el Salvador. Y como siempre, el Dulce Nombre a su regreso a San Lorenzo.
Dejo cuentas pendientes con los Estudiantes.
El Miércoles (primer día de descanso pleno). Acudí a ver la Sed por Santiago-Muro de los Navarros. San Bernardo por San José-Santa María la Blanca. Buen Fin (la primera predilecta) en San Lorenzo, y de nuevo a la vuelta en la calle Aponte. El Carmen en San Pedro. Las Siete Palabras (la otra predilecta) tras su primera revirá a la Calle San Vicente, y en búsqueda de Goles. La Lanzada a su regreso por San Andrés (muy recomendable). Madre de Dios de la Palma por Cristo de Burgos, ya que el Señor, entró con media hora de adelanto sobre el horario oficial, lo que me suponen cuentas pendientes. Los Panaderos por Cuna.
El Jueves fue un día tan penoso y amargo cómo el Domingo. Tras trabajar y sin saber si podría ver algo a la tarde, pude ver El Valle y Pasión por Javier Lasso de la Vega y La Exaltación por San Pedro.
En la Madrugá, clave fue la asistencia a la Calle Feria, donde se hace esencial ver a la Esperanza. Bajo el "balcón de las Titas" y bajo la sonrisa de Gracita.
El Viernes acompañé a mis Hermanos de la Sagrada Mortaja. Y al Señor Descendido en los brazos de su Madre.
El Sábado trabajé a turno partido. Y el descanso entre turnos los aproveché para disfrutar, y llorar con Los Servitas. A su paso por Cuesta del Rosario, Odreros y Plaza del Cristo de Burgos.
El Domingo, planeé ver al Señor Resucitado a la vuelta, pero la lluvia hizo que sólo hubiera ida.
La Semana Santa ha terminado. Contra mi voluntad.
Mi trabajo también ha terminado. Contra mi voluntad.
De ahí, que sólo diga que ésta semana, ha sido una Semana Santa a medias, como de lluvias. De tristeza, y de Amargura. De frustración y de cansancio.
No pienso en lo que pudo haber sido, sino en cómo será la que viene. Dios me guarde mejores designios para la que está por llegar. Solamente quedan 8 cuaresmas.
Fotografías: José Joaquín Galán Estévez ( @JoaquinGalanEs )
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