Recuerdo la primera vez que pasé por allí...
Me embargó una emoción que rasgó de mí todo el cansancio de una semana de prisas, de disfrutes y de sonrisas... Una larga caminata de zapatos... Y de repente llegué al sitio más bonito del mundo...
No era el más bonito por su luz... si no más bien por la ausencia de ella. No era el más bonito por sus paisajes, ni por su historia, ni por sus leyendas... Era, es el más bonito por lo que sucede allí cada noche de primavera...
La del plenilunio de Primavera... La misma en que Dios bajó de los cielos, para quedarse dormido en éste paraíso en el que cuento las horas para volverlo a ver...
Se quedó dormido entre naranjos, y embriagado por el olor mezcla de mirra, áloe, azahar y dulces de convento... Se quedó dormido por el silencio de alrededores...
Se quedó dormido por saberse bien cobijado por un cielo repleto de espuma y destellos sobre fondo azul oscuro...
No tengo prisas por volver a verlo, porque ése paraíso ya reside en mis recuerdos, en lo más hondo del corazón y en mi futuro más incierto... Porque sé, que cuando muera iré para el Cielo de Triana, pero yo te juro, que antes pasaré por el paraíso de Doña María Coronel... A seguir recordando aquella estampa tan vieja y tan nueva, que parece ser el sueño no mío...
Sino de la misma Primavera...
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